A Massimo lo conocí un agosto de perros dormidos. Una tarde calurosa y húmeda con el rastro del sol perdido entre las gotas del carajillo. Nos arrastrábamos todos por el barrio de Gràcia pidiéndole clemencia al dios de los sufrientes y deshidratados comerciantes.
No entendía lo que me decía... creo que me hablaba de fútbol, o de dios, o quizás de las dos cosas a la vez. Dijo algo de Gaudí. También de Naomi Campell (sea quien sea). Bebía mucho y muy rápido, casi al mismo ritmo con que eructaba y me gaseaba con unos pedos en los que reconocí el hedor de las alcantarillas de Barcelona horas antes de la lluvia.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio