
Me habían internado urgentemente por no sé qué infección renal. El típico trastorno de las cuatro de la tarde que te retuerce las ganas vivir hasta convertir la santísima siesta en un amasijo de dolor y sudor. Unas pocas horas después flotaba en una nube de morfina y sábanas blancas. El carecer de uno de los riñones no le impedirá llevar una vida absolutamente normal, Sr. Cullaré, me dijo el doctor. Dios, más de lo mismo, pensé yo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio