
Mi hermano Marcel siempre ha sido diferente. En el 49 se lo llevaron a África, a la legión, y volvió más diferente que nunca. Bajó del tren tatuado y vestido de blanco. Ya no sonreía. Se encerraba en el cuarto que le acondicionamos sobre la tienda y le oíamos beber y llorar. Noche sí, noche también. Hasta que un día nos enseñó un billete de barco para Estados Unidos. Cinco años después nos llegó un paquete que contenía dos pequeños libros con el nombre de mi hermano en la cubierta: Marcel Cullaré. Y un billete de un dólar dentro de ellos. Los libros los dimos a la beneficencia. El billete lo enmarcamos y lo colgamos en la tienda. Le daba un aire más... más internacional al negocio.
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