
Siempre me han gustado las máquinas de coser. Sus bielas, sus correas, sus cigüeñales, sus tensores... todo funcionando en comunión y creando la armonía del movimiento mecánico. Y donde el ojo experto del artesano ve belleza, el gañán tan sólo ve metal y ruido. Quizás por ello le regalé a mi nieto una máquina fotográfica. Para joderlo, para hacerle ver que la belleza no está al alcance de cualquier alma llegada al mundo. Maldito crío del demonio.
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