
A veces me escapo. Le digo a mi señora: Dolors, me voy a correos. Pero subo andando hasta la Plaça del Diamant y me siento a ver al resto de los homínidos. Los veo embrutecerse, cortejarse los unos a los otros, olerse la entrepierna, dar vueltas unos sobre otras, anularse con comidas infames y bebidas que un animal de cuatro patas rehusaría siquiera oler. Escenas que bien podrían haber salido de la mismísima biblia y que, en su conjunto, y aun repudiándome, hacen que me excite levemente.
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