
Es en las tardes de invierno cuando suelo pensar en dios. Recojo mis cosas y cierro el negocio, hago la caja, me siento en la mesa de mi despachito, abro una botella de Coca-Cola, cruzo las manos sobre mi vientre y pienso en dios. No mucho, la verdad, porque es un tema que me aburre sobremanera, pero sí lo justo para quedarme amodorrado. Todavía no he llegado a ninguna conclusión sobre el tema en cuestión pero, tal como le dije a mi mujer, cuando sepa algo te aviso.
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