
Mi abuelo, dios lo guarde en su gloria bendita, luchó en la guerra del 98. Lo devolvieron de Cuba sin dientes ni pierna derecha, con paludismo, triquinosis y una misérrima paga que gastó en una navaja de afeitar y varias botellas de anís. El delirium tremens que lo acompañó a la tumba estaba plagado de tábanos, mulatas y bocadillos de carne de cerdo con pan con tomate.
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