
Mientras el cura parlotea los domingos sobre el bien, el mal, Cristo, los apóstoles, la virgen, las lenguas de fuego, la condenación y el inevitable espíritu emplumado, yo imagino el camino hacia el juicio final como un gran andén sucio y desnudo. Algunas almas cansadas, alcoholizadas en su mayoría, hablan consigo mismo. Unas vomitan en las escaleras y otras compran chocolatinas en las máquinas. No hay música de fondo ni pantallas de plasma que hablen sobre medio ambiente. No hay ansiolíticos para nadie y el tren no acaba de llegar.
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