¿Hay vida después de la muerte? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Los gusanos que me devorarán serán de la misma calidad que los que hagan el mismo trabajo con los restos del presidente del Banco de Santander?

Satán y Belcebú son los chuchos que desde hace tres años guardan el negocio de los amigos de lo ajeno. Y a pesar de lo que pueda parecer fui yo, y no mi sobrino satánico, quien los bautizó de esta manera en la creencia de que dichos nombres terribles imprimirían carácter fiero a los canes. Pero mi mujer a Satán le llama Cuqui. Y a Belcebú le llama Chuchi.

Después de una partida de dominó y unos vermús mañaneros a mi estomago se le antoja algo de comida basura de tamaño familiar. Antes me acerco hasta la bodega de la esquina y con una botella de tintorro bajo el brazo vuelvo a casa. Con todo ello en el estomago me quedo traspuesto en el sofá. En mala hora, pues a los cinco minutos me encuentro navegando en un trasatlántico que hace aguas. Las mujeres y los niños lloran, los hombres se agarran a los pies del arcángel san Gabriel en un desesperado intento de salvar sus almas. Yo corro desnudo por cubierta buscando mis calzoncillos, mientras por megafonía Celine Dion alegra los corazones de los que vamos a cenar iceberg.

El abrigo rojo lo asocio a paseos sin prisas, a relajadas escuchas de casetes de Nat King Cole, a latas de Coca-Cola con los pies en el sofá, a días de bendito desaseo, a telepizzas y partidos del Barça.
Me cruzo con mi mujer en el pasillo. Lleva una maleta en la mano y el abrigo rojo abotonado hasta arriba.
- Mi madre está enferma y, si todo va bien, volveré dentro de una semana – me dice.-

Que dios la bendiga - le contesto.

Amo la inmersión dominguera en la naturaleza salvaje del monte mediterráneo: orugas, ortigas, hormigas, cadáveres de pájaros y huellas de jabalís. Todo ello bien regado con recio vino del priorato que hace soportable tanto derroche de pirotecnia orgánica.

Debo decir en mi favor, y en el de mi esposa, que la única fuente cultural de la que se mama en nuestra casa es la que entra a través del Santo Aparato de Televisión. Y nos vuelve locos ese actor español de toda la vida... sí, hombre, ese que siempre se lleva las manos a la cabeza y dice cosas como “¡Coño, González, no me joda!” ó “La madre que lo parió, Hernández, me está usted dando el día”. A mi señora y a mí nos vuelve locos, ¿lo he dicho ya?

¿Y si el espíritu santo, pensaba yo el domingo en el Canigó delante de un vermú, y si el espíritu santo fuera tan solo la punta del iceberg de un ente extraterrestre con aviesas intenciones para con el genero humano? ¿Y si sus defecaciones fueran algo más que heces en caída libre? ¿Y si esta fuera la mayor y más cierta de las teorías conspirativas? ¿De qué forma podría yo convertir el descubrimiento de este hecho en algún rédito de tipo crematístico para con mi persona?

Si es cierto que la violencia engendra violencia el amor engendrará amor, me digo. Por eso decido escribirle algunos versitos a mi señora esposa:
El meu enfollit amor
Espurna de passió
Lliri que mai coneix...

En ese momento las musas me aconsejan, viendo el cariz horrolírico que toma el asunto, que será mejor obsequiarla con una Caja Roja de Nestlé (pequeña).

De las misas a las que acudí a lo largo de mi infancia recuerdo la fijación de san Pablo por las soporíferas brasas epistolares a toda comunidad díscola o afín a la secta. Por aquel entonces el término spam no había sido acuñado.

Siempre con la siesta de por medio, yo soy de los que viven el mundo de la naturaleza a través de los reportajes de la 2. Y el cambio climático lo vivo, como aquel otro y su primo, de una forma bastante distante, casi onírica.

Antes de ser satánico mi sobrino quería ser futbolista. Y antes de todo ello quería ser el Pato Donald. Este es el punto en que los padres se preguntan si vamos hacia delante o hacia detrás.

Que prodigiosa raza la asiática, que tan pronto te construye la más gigantesca presa del mundo como que te vende un cenicero con forma de busto femenino y que si le das así, se traga, girando, la colilla del cigarrillo.